La silla del abuelo

La silla del abuelo

Fue una silla redonda, una silla vieja y reparada, la que motivó al samario Rafael Zúñiga a fundar su propia empresa. En ella diseña, de otra manera, bancos, taburetes, mecedoras, piezas típicas de las casas caribeñas. Así nació Tucurinca, que en 2019 colaboró con la firma Louis Vuitton.   Todo empezó por casualidad. “Yo era

Fue una silla redonda, una silla vieja y reparada, la que motivó al samario Rafael Zúñiga a fundar su propia empresa. En ella diseña, de otra manera, bancos, taburetes, mecedoras, piezas típicas de las casas caribeñas. Así nació Tucurinca, que en 2019 colaboró con la firma Louis Vuitton.

 

Todo empezó por casualidad. “Yo era un administrador de empresas recién graduado y buscaba una idea de negocio. Fui a la casa de un amigo donde vi una silla muy particular, redonda, que me recordó a las mecedoras que tenía mi abuelo en su finca en Tucurinca (Magdalena). Se notaba que había sido reparada”, recuerda el samario Rafael Zúñiga.

 

No es de extrañar. En el Caribe colombiano es muy común encontrarse con tejedores que van en bicicleta por las calles de la región y, de puerta en puerta, ofrecen sus servicios para arreglar las sillas que por el uso y el tiempo se quedaron sin asiento o sin espaldar. Ellos las tejen de nuevo, con fibras de zuncho.

 

“Veía estas sillas redondas, muy parecida a las Acapulco mexicanas, en todos los pueblos. Habían sido reparadas con cualquier material, hasta con neumático y pitas de las que se compran en ferreterías. Entonces me animé a hacerlas yo mismo en Santa Marta, porque sentía que tenían que estar de moda”. De aquella vieja casualidad nació en 2014 su compañía, Tucurinca.

 

Las primeras estructuras las construyeron en la carpintería de Alfonso, uno de sus tíos. Cuando por fin tuvieron una en acero con la que se sintieron cómodos –era el cuarto prototipo–, comenzaron a buscar tejedores que se animaran a darle forma, no con zuncho, sino con una fibra sintética de base plástica. “Fue mi forma de reinterpretar esta pieza, que solía estar en nuestras casas mientras crecíamos, y traerla a la modernidad”. Y así, de paso, transformó una técnica ancestral de origen indígena, con la inclusión de un material actual.

 

Después de varias pruebas eligió al tejedor que buscaba, Julio, el tercer candidato para el puesto. Aunque había aprendido el oficio en las calles de El Banco, llevaba diez años como vendedor de paletas en Santa Marta. Ahora que tenía los moldes y unas manos talentosas para tejer, solo le quedaba darle una identidad al producto. “Para el diseño traté de replicar conceptos que ya existen y son icónicos de nuestras culturas precolombina y costeña. Los tomo de los contextos habituales, de las artesanías colombianas, porque quiero que cada producto me haga pensar en mi tierra”, dice el empresario, quien también es el director creativo de la marca.

 

Algo similar sucede con el nombre, tanto de la silla como de la compañía. Tucurinca, el pueblo magdalenense, se halla en la zona bananera, muy cerca de Aracataca y tiene un aire macondiano. “Cuando comencé a buscar referentes, el más frecuente era la silla Acapulco. Entonces entendí que mi producto tenía que llevar un nombre de acá, pero además debía ser parte de mi historia. Si existe la silla Acapulco, ¿por qué no puede existir la Tucurinca?”. Y fue un éxito.

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¿Y eso qué es?

Los compradores actuales son exigentes. Una empresa no puede permanecer estática. Hay que evolucionar, y eso hace esta compañía. Después de la fibra de plástico, lo lógico era seguir pensando en materiales modernos, coloridos, atractivos. Sin embargo, Rafael emprendió un viaje al pasado con lo que tenía a disposición: mimbre, algodón, calceta de plátano, cordón cienaguero.

 

Este último, explica, es una especie de papel kraft entorchado, muy popular en el diseño danés del siglo XX, pero asociado con los estratos bajos en la costa Caribe. “Acá solo hay dos máquinas entorchadoras para fabricarlo. Las trajeron unos alemanes hace décadas y ahora las tienen dos personas en Ciénaga. Nadie los estaba teniendo en cuenta, así que decidimos experimentar con ellos y nos ha ido bien”.

 

Con la calceta, llamada Guineo en el catálogo de Tucurinca, pasa algo similar. “Es un material que encontré y decidí utilizar. Lo curioso es que los bananeros, que generan el residuo para hacerlo, se me han acercado para preguntarme: ‘¿Y eso qué es?’”.

 

Zúñiga desea rescatar esos elementos aparentemente invisibles, que no son valorados, que pasaron de moda o causan cierto rechazo, pero que ayudan a conformar la idiosincrasia costeña. “Nos falta conocimiento sobre los materiales que nos rodean, y me parece triste. Nosotros queremos encontrarles significado”, dice. Sin cerrarse a la experimentación, o a la diversidad de materias primas, Tucurinca ha trabajado con marcas reconocidas y tuvo una destacada colaboración con Louis Vuitton.

 

Todo se transforma

Hoy, el sentido social y de transformación de la compañía es notorio en muchos frentes. En cinco años, el catálogo de esta fábrica ubicada en el barrio Manzanares, pasó de una silla a por lo menos 50 productos diferentes, que han nacido “de escuchar a nuestros clientes, quienes siempre piden cosas nuevas. Nosotros evaluamos estas peticiones, si vemos que no compiten con las piezas que ya tenemos, comenzamos a elaborarlas”.

 

Al principio solo contaban con un tejedor, hoy son 15; y su plantilla la refuerzan cuatro herreros y tres ebanistas. Todos pasaron del comercio callejero a tener un empleo fijo. Primero serán contratistas en periodo de prueba y, tras superarlo, firmarán un contrato formal. “Son ‘pelados’ de entre 20 y 35 años. La mayoría proviene de barrios vulnerables de Santa Marta y aprendieron a tejer acá, con Julio. Ahora les enseñan la técnica a sus familiares”.

 

En la compañía, incluso el plástico encuentra nueva vida. “Tenemos un servicio de restauración para nuestros productos. La fibra que reemplazamos se junta con los residuos de la que usamos para hacer muebles nuevos, y se reprocesa. Con ese material reciclado fabricamos todas las sillas nuevas”.

 

Al final, concluye Rafael, la clave del crecimiento de Tucurinca ha sido saber mezclar conceptos aparentemente opuestos. “Tomar lo cotidiano, conocer su historia y usarla para crear una nueva, para darle otra vida”.

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Así nace una Tucurinca

  1. Se fabrica la estructura en acero, con una mezcla de tuberías y varillas soldadas. Luego se pulen y se limpian cada una de las piezas.
  2. Un proveedor externo utiliza pintura en polvo para darle identidad a cada estructura metálica.
  3. Se vuelve al taller para el proceso de tejido a mano. Se le asigna una cantidad y un material a cada artesano, dependiendo de la demanda.
  4. Se agregan los detalles, los tapones, las balanzas o piezas adicionales, según el modelo. Se hace un chequeo de calidad y se prepara para despacho.
  5. Si quiere una puede encontrarla en tucurinca.com.co