Roberto Moreno, un líder de puertas abiertas

Nació en 1956 en Estados Unidos, país donde, entre idas y venidas, vivió casi dos décadas. Pero creció en Bogotá, una ciudad que ha ayudado a transformar.

Nació en 1956 en Estados Unidos, país donde, entre idas y venidas, vivió casi dos décadas. Pero creció en Bogotá, una ciudad que ha ayudado a transformar.

Al cumplir la mayoría de edad tenía clara su meta: ser un líder del sector de la construcción en Colombia. Y lo consiguió en pocos años.
¿Cómo lo logró? El presidente de Amarilo, Roberto Moreno lo explica en esta entrevista en la que habla de sus sueños de juventud, sus éxitos profesionales, los desafíos que afronta hoy su compañía y sus rutinas saludables.

AMARILO:  ¿Es cierto que con tan solo 18 años usted ya soñaba con brillar en este sector?
Roberto Moreno: Es verdad. En esa época vivía en Estados Unidos y una novia me hizo estas preguntas, “Roberto, ¿qué vas a estudiar? ¿En qué campo quieres trabajar?”. Le respondí que me interesaban la ingeniería y la economía, y que mi sueño era ser constructor; quería dedicarme al urbanismo, realizar grandes obras, ser promotor y desarrollador de proyectos. Ella me miró sorprendida. A los colombianos a veces nos cuesta pensar en grande, pero yo estaba muy convencido de que podría lograrlo, y siempre tenía en mente esas obras inmensas que veía en las ciudades estadounidenses.

A: Hoy puede estar tranquilo, cumplió su sueño, y las grandes obras están ahí.
R. M.: Sí, lo cumplí. Pero el camino fue largo. En 1980, después de graduarme de la Universidad de La Florida, regresé a Colombia. Hice mi primera incursión en el sector de la construcción con una sociedad llamada Ángulos Arquitectos, que fundamos con los hermanos Canal, Andrés y Gustavo; este último fue ministro de Transporte y era muy amigo de mi hermano Luis Alberto. Construimos casas en Yerbabuena y en el Sisga, al norte de Bogotá. Así empezó todo.

A: Ha dicho usted que su madre, Marta Mejía de Moreno, fue vital en el rumbo que tomó su vida, ¿por qué?
R. M.: Fue decisiva. Mi madre, una mujer emprendedora, quería que aprendiéramos inglés y conociéramos otras culturas, por eso insistió en que viajáramos a Estados Unidos, donde yo nací; y allá volvimos el 15 de diciembre de 1971, con mi padre
y mis seis hermanos. En principio era un viaje de dos años, pero nuestra única hermana se casó con un estadounidense y a mi padre, quien trabajaba en un hospital de Fort Lauderdale, le pareció más razonable que nos estableciéramos en ese país.

A: Ha dicho usted que su madre, Marta Mejía de Moreno, fue vital en el rumbo que tomó su vida, ¿por qué?
R. M.: Fue decisiva. Mi madre, una mujer emprendedora, quería que aprendiéramos inglés y conociéramos otras culturas, por eso insistió en que viajáramos a Estados Unidos, donde yo nací; y allá volvimos el 15 de diciembre de 1971, con mi padre
y mis seis hermanos. En principio era un viaje de dos años, pero nuestra única hermana se casó con un estadounidense y a mi padre, quien trabajaba en un hospital de Fort Lauderdale, le pareció más razonable que nos estableciéramos en ese país.

A: Le debía quedar poco tiempo para descansar…
R. M.: Tenía jornadas muy largas. De las 5:00 a las 9:00 de la mañana trabajaba en construcción; a esa hora comenzaba mi jornada en finca raíz, que culminaba a las 5:00 de la tarde; y luego, hasta las 8:00 de la noche me dedicaba de nuevo a la construcción. Me iba muy bien. Era el gerente de la oficina de mi madre y tenía 86 vendedoras a mi cargo. Sin embargo, mi primera esposa quiso que regresáramos a Colombia. Pensamos que era el momento indicado porque comenzaba el gobierno de César Gaviria e iniciaba la apertura económica.

A: Tenía razón, el panorama era muy positivo.
R. M.: Nos regresamos. Poco después de llegar a Bogotá llamé a Enrique Mazuera, al que había conocido en Estados Unidos y quien también había vuelto al país. Me dijo que lo contactaba en el momento perfecto porque acababa de negociar unos lotes en Ciudad Tunal con otros socios
y se había reservado la comercialización de esos proyectos. Él quería montar una inmobiliaria para llevarlos a cabo y pensó que yo era la persona ideal para que hiciéramos una sociedad junto con su hermano Alberto. El estructurador de esos proyectos era Camilo Congote.

A: Y ahí nace, en 1993, Inmobiliaria Mazuera, que luego se convertiría en la actual Amarilo, ¿no?
R. M.: Sí. En ese entonces ni nos imaginábamos todo lo que pasaría después. Nuestra primera obra fue Tunal Reservado, que contenía dos conjuntos de 850 apartamentos. Posteriormente, los Mazuera dejaron la sociedad. La empresa siguió creciendo y al inicio de este siglo vimos la necesidad de cambiar la imagen corporativa, para convertirnos en Amarilo.

A: ¿Cómo ha cambiado el sector en estos 30 años y cómo se comportó Amarilo en crisis como la del Upac?
R. M.: El sector ha tenido una gran transformación. Décadas atrás se construían los proyectos y luego se vendían, una estrategia que generaba inventarios muy altos. Hoy hacemos lo contrario: primero vendemos y después construimos. Entre 1993 y 1995 tuvimos un crecimiento importante, pero en 1999 tocamos fondo. Pasamos de vender 600 viviendas al año a tan solo 200. Tras esa crisis, nos reinventamos. Hicimos una alianza estratégica con Pedro Gómez y Compañía, quien fue un gran amigo, un gran profesor y un gran mentor; lo quise mucho.

A: ¿Cuándo lo conoció?
R. M.: En 1994. Cinco años después, cuando llegó la crisis del sector, me invitó a que administrara su empresa. Trabajamos juntos en su reestructuración, entre 1999 y 2003 directamente, e indirectamente durante los siguientes años. Como el sector estaba tan afectado, a través de nuestra alianza nos ganamos los contratos para diseñar centros educativos y ciclorrutas en Bogotá, y para construir la cárcel de Cómbita.

A: Pero juntos hicieron muchos más proyectos…
R. M.: Es cierto, cuando la construcción comenzó a reactivarse, remodelamos la plaza de comidas de Unicentro y construimos los centros comerciales Palatino y Unicentro de Occidente (en Ciudadela Colsubsidio).
Pero cada uno tomó su camino. Amarilo lideró después la construcción de los centros comerciales Hayuelos y Altavista, y la ampliación del centro comercial Centro Chía. Posteriormente, creamos la sociedad Cimento, entre Amarilo Inversiones y Spectrum, de Guatemala, empresa experta en estructurar activos de único dueño. Cimento es estructuradora y operadora de Fontanar, en Chía, y del centro comercial Arkadia, en Medellín.

A: Han sido muchos desarrollos, pero, ¿qué viene para Amarilo y Cimentó en los próximos años?
R. M.: Proscenio, liderado por Cimento, el proyecto de renovación urbana más importante de Bogotá, que llevaremos a cabo entre la calle 85 y el parque El Virrey, y entre las carreras 14 y 15, donde tomaremos 260 predios. Logramos que más del 60 por ciento de los propietarios de estos inmuebles optarán por el canje y por quedarse en el proyecto.

Misi (María Isabel Murillo, una de las precursoras del teatro musical en el país) soñaba con crear un teatro allí. Nuestra intención es comenzar las obras a finales de este año o a inicios de 2024. Serán 350.000 metros cuadrados de construcción, con dos torres de vivienda, dos torres de oficinas, un hotel, comercio y el centro cultural que Misi soñó. Será una megaobra de 450 millones de dólares, la inversión más grande que hemos hecho en un solo proyecto urbanístico. Al mismo tiempo, continuaremos con el desarrollo de las obras y los proyectos del gran Macroproyecto Ciudad Lagos de Torca, en Bogotá, donde hemos logrado inversiones por más de 500.000 millones de pesos.

A: La frase ‘Unidos construimos país’, con la que celebran sus 30 años, es muy pertinente. ¿Es posible unirnos en estos momentos para construir país?
R. M.: Es momento de unirnos y actuar. Para realizar grandes proyectos necesitamos de la voluntad política y del acompañamiento del sector público. Durante estas décadas he tenido la fortuna de trabajar con personas que nos han ayudado a sacar adelante nuestras obras; y hemos trabajado de la mano de las administraciones locales, del Gobierno Nacional y, especialmente, del Ministerio de Vivienda. Son más las cosas que nos unen que las que nos separan, aquí hay personas maravillosas; vivimos en la mejor esquina de Latinoamérica.

A: ¿Roberto Moreno cómo ve la situación del sector con las elevadas tasas de interés para créditos hipotecarios?
R. M.: Tengo una gran confianza en el sector. Desde 2015, con el programa Mi Casa Ya, ha habido una revolución social porque es un subsidio a la compra de vivienda y a la tasa de interés. Antes de este, solo el 20 por ciento de las viviendas que se vendían en el país eran de interés social (VIS), no había incentivos a la demanda. Con este programa la realidad cambió, por eso digo que me siento confiado. Actualmente, las tasas de interés están en descenso y varios bancos las bajaron al 14 por ciento o menos. Y si la inflación también decrece, bajarán aún más. Hay razones para creer y apostarle al país. El gobierno quiere focalizar la construcción en las zonas rurales
y las pequeñas ciudades, una intención loable, pero no podemos olvidarnos de las ciudades grandes, en ellas vivimos más del 80 por ciento de los colombianos.

A: Pasando a otros temas, ¿qué hace para mantenerse activo y saludable?
R. M.: Ser optimista, comer, dormir bien, y hacer ejercicio. Me gusta caminar, montar en bicicleta, jugar golf y navegar. De lunes a viernes voy al gimnasio, a las 5:00 de la mañana, y luego, hacia las 7:00, llego a la oficina. Es importante tener una vida sana y buscar un equilibrio. Mi padre, Bernardo Moreno Mejía, nos decía siempre, y con mucha razón, que somos lo que comemos.

A: Con tanto trabajo, ¿cómo logra ese equilibrio entre
la vida laboral y la familiar?
R. M.: Mi vida laboral transcurre de las 7:00 de la mañana hasta hasta pasadas las 7:30 de la noche. Después llego a casa a cenar y estoy siempre con mi familia.
Desde hace 15 años tenemos la costumbre de irnos de viaje, todos juntos, en diciembre. Siempre busco espacios de calidad con ellos, la familia es muy importante para mí.

A: ¿Cómo definiría su liderazgo?
R. M.: Soy un líder de puertas abiertas. A mi oficina puede entrar quien quiera. Y mi oficina es todo el edificio. Me gusta estar cerca de las personas con las que trabajo para entender qué hacen y rodearme de gente que sea mejor que yo. Marta Cala, una de estas personas, con la que tuve la fortuna de trabajar durante 13 años, me llamaba el scanner, porque siempre estaba observando todo. Valoro y admiro mucho el talento femenino, cuatro de las cinco vicepresidencias que me reportan son lideradas por mujeres.

A: ¿Cómo quisiera que lo recordaran?
R. M.: Como una persona que imprimió el eslogan ‘sí se puede’, que pensaba en grande, un hombre que hacía las cosas con pasión y dedicación. Como alguien amable y cercano que dejó una semilla en el sector y en el país para cada día hacerlo mejor.

Roberto Moreno, presidente de Amarilo